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Nuestro corazón, como todo el resto del organismo, experimenta modificaciones en el curso del envejecimiento.

Son cambios universales que proceden del uso (los llamamos fisiológicos), pero que también vienen condicionados por el tipo de vida que hemos llevado (por los factores de riesgo) y por las secuelas de las enfermedades padecidas a lo largo de la vida. Lo cierto es que, a nivel funcional, todas estas modificaciones tienen una consecuencia esencial: reducen los mecanismos de reserva de nuestro organismo y nos convierten en más vulnerables, facilitando el enfermar y ensombreciendo el pronóstico cuando llega la enfermedad.

Impacto de la edad sobre el riesgo cardiovascular

Por ello, la persona de edad avanzada va a ser la principal víctima de la mayor parte de las cardiopatías. La prevalencia y la incidencia de insuficiencia cardiaca se duplica cada década a partir de los 40-45 años. Y más o menos cabe hacer consideraciones similares sobre procesos tan frecuentes e importantes como las enfermedades coronarias o la hipertensión arterial entre otros muchos.

Existen muchos caminos para enfrentarse con éxito a la patología cardiaca. También en la vejez. En primer lugar con la prevención, que, si bien idealmente debe ponerse en marcha en momentos mucho más precoces, ninguna edad es mala para intentar aplicarla. La mayor parte de los factores de riesgo cardiovascular continúan siéndolo por encima de los 80 años y la lucha contra ellos sigue siendo eficaz con independencia del calendario.

Edad y metodo diagnosticos/tratamientos

También aplicando procederes diagnósticos y terapéuticos que han demostrado ser eficaces en el adulto no anciano. No existen razones vinculadas a la edad que contraindiquen el empleo de cualquier fármaco. Tampoco para aplicar los procederes llamados invasivos o intervencionistas, ni para cualquier tipo de cirugía. Evidentemente, las contraindicaciones generales van a ser más frecuentes a medida que envejecemos. Pero serán estas contraindicaciones y no la edad en si misma las que impongan en la práctica una limitación. El cardiólogo de una persona mayor cardiópata valorará cómo se ha modificado la función cardiaca y qué tipo de respuesta cabe esperar. Qué ajustes requieren los fármacos en cuanto a dosis o forma de aplicación. Y también considerará la coexistencia de otros trastornos ajenos al corazón pero que pueden interferir con el problema cardiaco, ya sea directamente o a través de las interacciones de las respectivas medidas terapéuticas necesarias en cada caso.